El diamante de paz de Sierra Leona: entre la esperanza y la desilusión
Una piedra preciosa que prometía cambiar vidas, pero terminó siendo otro reflejo de las desigualdades que atraviesan el corazón minero de África.
Por Amaranta Márquez
En 2017, dos adolescentes encontraron un diamante en bruto de 709 quilates en Sierra Leona
La historia minera de Sierra Leona está manchada por décadas de violencia, esclavitud y corrupción. Entre 1991 y 2002, el país africano vivió una de las guerras civiles más cruentas del continente, con más de 70.000 muertos y millones de desplazados. ¿La fuente principal de financiamiento? Los tristemente célebres diamantes de sangre.
Hoy, aunque el conflicto armado terminó, las minas siguen siendo escenarios de pobreza extrema y explotación. Por eso, cuando surge una historia con tintes esperanzadores, llama poderosamente la atención. Tal es el caso del “diamante de paz”, descubierto en 2017 por dos adolescentes en Koyadu, al este del país.
El hallazgo de una vida: 709 quilates en las manos de dos adolescentes
Komba Johnbull fue el primero en ver el diamante debajo del agua
Komba Johnbull y Andrew Saffea, ambos de 16 años en aquel entonces, trabajaban como excavadores informales sin salario en una mina rural. En su lugar, recibían materiales y comida para sobrevivir. Un día cualquiera, sus vidas cambiaron abruptamente cuando encontraron un diamante enorme, brillante y frío al tacto.
Johnbull fue el primero en identificar la piedra, guiado únicamente por el instinto. Lo que sostenía en sus manos era el decimocuarto diamante más grande jamás registrado en el mundo, con un peso de 709 quilates. Un hallazgo que, en otras circunstancias, habría desaparecido en la opacidad del mercado negro.
Contra la lógica del mercado negro, una decisión poco común
En la imagen el Pastor Emmanuel Momoh propietario de la mina
El pastor evangélico Emmanuel Momoh, propietario de la concesión minera, recibió múltiples sugerencias para vender la piedra en la clandestinidad.
Sin embargo, optó por un camino diferente: entregar el diamante al gobierno sierraleonés, con la esperanza de que se usara para mejorar las condiciones de vida en su comunidad.
El diamante fue subastado públicamente y vendido por 6,5 millones de dólares al joyero británico Laurence Graff.
El gobierno prometió que una parte se destinaría a proyectos de desarrollo en Koyadu, mientras que el resto sería repartido entre los involucrados en el hallazgo.
Una fortuna que no cambió el destino
Aunque recibieron una compensación de unos 67.000 euros cada uno, ni Johnbull ni Saffea lograron transformar sus vidas como esperaban. Uno compró una casa en la capital, Freetown, y trabaja hoy como fabricante de ventanas. El otro intentó estudiar en Canadá, pero su visa fue rechazada; ahora trabaja cuidando caballos en un establo.
Ambos admiten que podrían haber gestionado mejor el dinero, pero sienten que nunca obtuvieron el reconocimiento ni la recompensa proporcional a la magnitud de su descubrimiento.
Promesas incumplidas y un pueblo olvidado
El pastor Momoh construyó una escuela en Koyadu con parte del dinero, pero el desarrollo prometido por el gobierno no llegó a materializarse por completo.
Las mejoras en infraestructura quedaron a medio camino, y la comunidad sigue enfrentando condiciones precarias.
Lo que más les duele a Saffea y Johnbull es la sensación de que nunca obtuvieron el reconocimiento adecuado por su descubrimiento.
Los reportajes de los medios sobre el diamante se centraron en el pastor que los patrocinó.
Los verdaderos excavadores apenas fueron mencionados.
Reflexión para todos nosotros
El diamante de paz es un símbolo poderoso: una oportunidad de redención en un país marcado por la violencia y la codicia.
Sin embargo, también refleja las profundas injusticias del sistema extractivo global. En Sierra Leona, incluso el hallazgo de una joya extraordinaria no garantiza una vida mejor.