La urgencia de criterios técnicos por encima de la Ley de Glaciares

Por Yenhy Navas
En San Juan, la discusión sobre la minería en alta montaña ha estado históricamente dominada por interpretaciones legales y temores ambientales generalizados. Sin embargo, mientras la política debate reglamentaciones y modificaciones a la Ley de Glaciares, la ciencia aplicada marca otro ritmo, mucho más pragmático y exigente. Silvio Pastore, Licenciado en Geofísica y referente en glaciología de la UNSJ, propone un cambio de paradigma urgente: dejar de mirar los mapas políticos para empezar a entender la física del terreno.

Silvio Pastore explica que no toda la roca con permafrost tiene valor hídrico significativo para la cuenca.
Para la industria minera, que aguarda el despegue definitivo de proyectos de cobre de clase mundial como Los Azules o El Pachón, la incertidumbre no es solo jurídica, sino operativa. Pastore, con una visión forjada tanto en la academia como en la operación minera real, ofrece definiciones que podrían reordenar los estudios de factibilidad en la provincia y enfocar los recursos donde realmente importa.
La «Zona Gris»: Cuando la roca no es reserva hídrica
Uno de los puntos más conflictivos para los desarrolladores de proyectos es la delimitación del ambiente periglacial. La legislación vigente protege zonas que, técnicamente, podrían no aportar valor hídrico alguno a las cuencas. Aquí radica la primera gran distinción técnica que el especialista pone sobre la mesa: no todo lo que está congelado es agua útil.
«La roca no contiene hielo en cantidades significativas por su escasa permeabilidad», explica Pastore, introduciendo un concepto clave para la ingeniería de minas: la diferencia entre temperatura y recurso hídrico efectivo. «En Argentina, para definir el ambiente periglacial, es necesario la existencia del permafrost (suelo o roca por debajo de cero grados en dos veranos consecutivos)«, detalla.
El problema surge cuando la normativa protege ciegamente basándose solo en la temperatura del suelo, sin analizar el contenido real de agua o hielo intersticial. Pastore lanza una pregunta que resuena con fuerza en el sector productivo y desafía el status quo: «¿Para qué proteger las zonas con rocas en el ambiente periglacial, si estas no contienen hielo y por ende no son una reserva hídrica?».
Esta definición es crucial para los lectores de ACERO Y ROCA, pues sugiere que muchos proyectos podrían estar restringidos innecesariamente por proteger macizos rocosos estériles desde el punto de vista hidrológico. La discusión, según el experto, debería centrarse en la preservación del recurso y no en la prohibición de geografías completas por definiciones térmicas.

Silvio Pastore; Licenciado en Geofísica y Director del Gabinete de Estudios de Geocriología, Glaciología, Nivología y Cambio Climático de la UNSJ.
Mitos vs. realidad operativa: el verdadero desafío es la geotecnia
Durante años, se instaló en la opinión pública la idea de que el polvo levantado por las camionetas, caminos o perforadoras en etapa de exploración era el principal enemigo de los glaciares cercanos, acelerando su derretimiento por el oscurecimiento de la superficie (reducción del albedo). Consultamos al experto sobre la magnitud real de este fenómeno y si justifica las trabas operativas actuales.
El impacto real del polvo y el albedo
«En general, están sobreevaluados los impactos de las actividades de exploraciones mineras en estos ambientes», sentencia Pastore. Si bien reconoce que el impacto existe, aclara que «son en estas etapas tempranas donde las empresas deben empezar a desarrollar sus líneas base ambientales y empezar a medir el particulado que generan y la dispersión de los mismos». Es decir, el polvo se gestiona con medición, no con prohibición.
No obstante, el verdadero riesgo para una operación minera a 4.000 metros de altura no es el polvo, sino el suelo que pisan las máquinas. Aquí es donde la conversación gira hacia la seguridad industrial y la ingeniería civil pura.
«El desafío de trabajar en estos tipos de ambientes es la ingeniería geotécnica para prevenir los deslizamientos y/o asentamientos del terreno por degradación del hielo de suelo», advierte el glaciólogo.

La estabilidad geotécnica, más que el polvo, es el riesgo real al construir infraestructura minera sobre permafrost.
Para los ingenieros civiles y proveedores de infraestructura minera, esta es una alerta técnica vital. Construir sobre permafrost que se degrada —ya sea por el cambio climático global o por la actividad humana local— implica riesgos de estabilidad estructural (caminos que ceden, taludes que fallan) que deben ser calculados mucho antes de poner el primer ladrillo del campamento. La geotecnia, por tanto, se vuelve más crítica que la discusión ambiental superficial.
El vacío regulatorio en la «significancia hídrica»
Si la minería convive con glaciares o ambientes periglaciares, la pregunta del millón para la sociedad es: ¿Cuánto aporta realmente ese cuerpo de hielo al río que usa la agricultura sanjuanina? El concepto de «significancia hídrica» es la llave maestra para autorizar o denegar proyectos, pero hoy en día es un concepto huérfano de métricas estandarizadas en la ley.
Pastore advierte sobre la falta de reglas claras en este aspecto crítico, lo cual genera una inseguridad jurídica técnica peligrosa. «Es necesario contar con indicadores ambientales para definir el rol o la significancia hídrica del ambiente periglacial», afirma.
La tecnología actual permite medir el contenido de hielo y estimar su degradación futura ante escenarios climáticos, pero la ciencia va más rápido que la burocracia estatal. El glaciólogo es contundente al señalar el déficit regulatorio: «La legislación actual no define el quién, el cómo ni el dónde se debe determinar una significancia hídrica estratégica».

La falta de indicadores legales para medir la significancia hídrica genera inseguridad técnica para los inversores.
Para los inversores, esto se traduce en un riesgo latente: aunque tengan los mejores sensores satelitales y los estudios más avanzados presentados en su Informe de Impacto Ambiental (IIA), no hay un «juez» técnico homologado ni un protocolo estándar que valide sus datos ante un conflicto legal o social.
El futuro: Agua desalinizada y el fin de la dependencia de cuenca
Quizás la declaración más estratégica y disruptiva de Pastore tiene que ver con la viabilidad a largo plazo de la industria en un contexto de cambio climático acelerado. San Juan atraviesa una crisis hídrica estructural, y pensar que los megaproyectos de cobre podrán abastecerse únicamente de las cuencas locales podría ser un error de cálculo empresarial y político.
Al ser consultado sobre si faltan obras de infraestructura para administrar el agua de deshielo, el experto abre el juego hacia soluciones no convencionales y de gran escala. «No conozco las necesidades de agua fresca de los proyectos con DIA en San Juan«, aclara primero con prudencia académica.
Pero inmediatamente, proyecta el escenario inevitable: «Es sabido que para asegurar su producción a largo plazo en el contexto actual de disminución de oferta hídrica tanto de la cuenca del río San Juan como el río Jáchal, la actividad minera deberá utilizar otras fuentes de agua».
¿De qué fuentes habla? Pastore menciona explícitamente «el agua desalinizada del mar u otras fuentes». Esta afirmación pone a la minería sanjuanina ante un espejo de realidad: el futuro del cobre a gran escala podría depender de grandes acueductos interprovinciales o tecnologías de tratamiento de aguas industriales de alto costo, desacoplando la producción minera del ciclo hidrológico de la agricultura local.
Conclusión: la ciencia para la toma de decisiones mineras
La entrevista con Silvio Pastore deja una conclusión clara para los lectores de este medio: la minería moderna no puede basarse en «mitos» ni en leyes obsoletas, sino en datos duros. Ya sea para definir dónde termina el hielo y empieza la roca, o para calcular la estabilidad de un talud en zona de permafrost, la respuesta siempre es técnica.
Mientras la política busca consensos, la ingeniería debe prepararse para un escenario donde la eficiencia hídrica extrema y la precisión geotécnica serán las únicas garantías de licencia social y operativa.